Problemas de Geografía Personal

miércoles, septiembre 27, 2006

Hasta luegos




Ya está aquí. Con las hojas arremolinadas sobre el suelo, persiguiéndose unas a otras incansables. Con las primeras lluvias que aún nos sorprenden con aquel paraguas rojo y verde del año pasado que rompió el viento en el recuerdo y sin haber encontrado sustituto. Con las noches prontas y frescas, refugios contra el frío bajo mantas y edredones con olor a meses en el armario. Llega, aunque por unos momentos hubiéramos tenido la sensación de que, igual, ya no lo haría más; llega y se instala en todas partes, a sus anchas, como si nunca se hubiera, realmente, marchado. El otoño…

Y nos apremia a amontonar hojas en la acera, frío tras los cristales y ropa de abrigo en los armarios y sobre las camas. Se nos mete en los huesos, cada vez más gélido, y cuando nos habíamos acostumbrado a él, abre la puerta y sale dejando pasar el frío hasta el último rincón de las habitaciones. El invierno… Interminable, gris, nos acompaña en la tarea de esquivar charcos de lluvia y copos de nieve dejados caer a la deriva. La constante helada… ecuación sofisticada, confusa, nebulosa, a la que nos parece imposible encontrar solución… Pero la tiene…

También el invierno abre la puerta y se marcha, también deja atrás huellas y cicatrices y claudica el frío y reaparece el cielo y comprobamos que continúa, a pesar de todo, en el mismo lugar de siempre. Todo gira sobre sí mismo, se detiene, crece y encoge, busca su lugar en el espacio y en el tiempo, porque la historia es una red y no una vía, de esa misma manera en que transcribimos lo que somos y le damos forma nueva para encontrarnos, de esa misma manera, la vida está compuesta de continuos puntos suspensivos, puntos y seguido, puntos y aparte (hasta pronto) con intención de círculo cuyos extremos se buscarán, incansables, hasta encontrarse (quién sabe cuándo y dónde) para cerrarse y continuar…

miércoles, septiembre 13, 2006

Un minuto de silencio, Luis del Val


"El dueño del universo se acercó a la gran central galáctica, pulsó el botón del silencio y en un planeta llamado Tierra cesaron todos los sonidos.

En las casas se apagó el temblor de la lavadora, el runruneo del aspirador, el roce de los zapatos sobre el suelo, el zumbido del aire por la campana extractora de humos, el timbre del teléfono.

En las calles cesó el ronco bramido de los motores de los automóviles, el incesante fragor del aire penetrando por los vehículos en marcha, el quejido de las persianas de los comercios, las campanillas de las puertas.

En el campo, la sinfonía del viento pulsando las hojas de los árboles se desvaneció, y los pájaros movían el pico sin que saliera ninguna nota de sus gargantas cantoras. Era triste contemplar el arroyo jugando al escondite por el lecho pedregoso, sin que el tranquilizador sonido del agua pudiera ser escuchado por nadie.

En la costa, las olas saludando a la arena y a las rocas parecían materia pesada y aceitosa, y ni las puntillas blancas de la espuma, ni las ondas, lograban evitar una sensación de congelado terror.

Pero lo que en aquel minuto interminable sumió a los habitantes del planeta en un fundado pánico fue la pérdida de la palabra. Porque es verdad que con la palabra se ofendía, se insultaba, se llamaba al odio, se incitaba a la venganza, se estimulaba, la violencia. Sin embargo, también era la palabra elemento imprescindible para llamar con angustia al hijo en peligro, para saludar a los que llegaban, para despedir a los que viajaban y, sobre todo, para expresar los afectos, el cariño, el amor de los unos para con los otros.

En aquel minuto tremendo y angustioso nadie pudo decir “te quiero”, nadie pudo prometer nada, nadie pronunció “siempre”, nadie dijo “nunca”.
Y el dueño del mundo, observando cómo en ese planeta iba a cundir la más horrible de las locuras, volvió a pulsar el botón y cantaron las fuentes, piaron los pájaros, mugieron los toros, zumbaron los insectos, aplaudieron las hojas al aire que las agitaba, y muchos, muchos, dijeron “te amo” a la persona que tenían al lado.

El dueño del mundo sonrió y salió satisfecho de la gran central galáctica."


Un minuto de silencio
Luis del Val

sábado, septiembre 02, 2006

Estrellas fugaces

Pertenezco
a la locura que respira tus sueños,
al pulso acelerado de no verte,
a la cadencia caótica
de unos kilómetros que nos acercan.

Y equivocar el paisaje al buscarte,
equivocar mi nombre en tu ausencia
no es más que una parte
de esta perplejidad que insiste
en desposeerme de lo que yo sé que tengo.

Puedo errar el tiro de mi voz al llamarte
porque uno no tiene
el control absoluto de la trayectoria y la fuerza.
Puede llegar mi voz distinta,
a través de un hilo que es otro, diferente
a tocarte.
Puedes sentirme, por un instante, más lejos que nunca,
incluso me permito perderte un segundo
en la maraña de letras que intentan formar el silencio.

Entonces vuelve,
beso sobre la lágrima,
inflamable mirada a través de mi cuerpo.
Vuelves con el abismo de ti entre las manos
ofreciéndome quien soy
como el eco que refleja la máxima verdad que conoce.

Y equivocar mis pasos en la oscuridad
no es más que un intento feroz
de unir los puntos luminosos
que brillan, a lo lejos,
como estrellas fugaces de echarte de menos.