Hasta luegos

Ya está aquí. Con las hojas arremolinadas sobre el suelo, persiguiéndose unas a otras incansables. Con las primeras lluvias que aún nos sorprenden con aquel paraguas rojo y verde del año pasado que rompió el viento en el recuerdo y sin haber encontrado sustituto. Con las noches prontas y frescas, refugios contra el frío bajo mantas y edredones con olor a meses en el armario. Llega, aunque por unos momentos hubiéramos tenido la sensación de que, igual, ya no lo haría más; llega y se instala en todas partes, a sus anchas, como si nunca se hubiera, realmente, marchado. El otoño…
Y nos apremia a amontonar hojas en la acera, frío tras los cristales y ropa de abrigo en los armarios y sobre las camas. Se nos mete en los huesos, cada vez más gélido, y cuando nos habíamos acostumbrado a él, abre la puerta y sale dejando pasar el frío hasta el último rincón de las habitaciones. El invierno… Interminable, gris, nos acompaña en la tarea de esquivar charcos de lluvia y copos de nieve dejados caer a la deriva. La constante helada… ecuación sofisticada, confusa, nebulosa, a la que nos parece imposible encontrar solución… Pero la tiene…
También el invierno abre la puerta y se marcha, también deja atrás huellas y cicatrices y claudica el frío y reaparece el cielo y comprobamos que continúa, a pesar de todo, en el mismo lugar de siempre. Todo gira sobre sí mismo, se detiene, crece y encoge, busca su lugar en el espacio y en el tiempo, porque la historia es una red y no una vía, de esa misma manera en que transcribimos lo que somos y le damos forma nueva para encontrarnos, de esa misma manera, la vida está compuesta de continuos puntos suspensivos, puntos y seguido, puntos y aparte (hasta pronto) con intención de círculo cuyos extremos se buscarán, incansables, hasta encontrarse (quién sabe cuándo y dónde) para cerrarse y continuar…